jueves, 20 de agosto de 2009

Desempolvemos emociones

Es triste ver hechos como los acaecidos en relación al veredicto del juicio por la tragedia de Cromañón. Me siento un poco con la obligación de expresar lo que siento al respecto, que no es por eso escaso de confusión. Es probable que muchos de los lectores de estas líneas sepan el por qué de mi necesidad. A los otros les cuento que parte un poco de las emociones removidas, quizás empolvadas, que me produce revivir la tragedia del 30 de diciembre del 2004, donde perdí a una amiga.

Espero no acercarme a un sentimentalismo fácil pero, sin querer, esa es la sensación que a uno le queda cuando le cuenta a alguien por primera vez que es “amiga de alguien que murió en Cromañón”. Estimo que la obligación me nace, en parte, de recordarme que compartíamos el amor –idílico por ese entonces- a una profesión: casi al unísono decidimos hacer carrera de periodistas. Ella por la Sociología, yo por la Ciencia Política pero las dos en busca de… En la búsqueda. Detrás de las pistas de alguna o muchas verdades que pretendieran revelarse. Hoy sin buscar demasiado salió a flote mi perspectiva, ineludible ante las palabras que se hilvanan solas antes de sentarme a escribir.

Absurda. Esa es la palabra que encuentro para definir la sentencia. Hay un bache lógico que el veredicto dejó: si el manager es culpable, los chicos de la banda de Callejeros estaban al tanto de lo que sucedía. A menos que quiera pensarse que Diego Argañaráz lo hizo a sus espaldas, algo no muy creíble a priori. Sin embargo, nada de eso me cambia.

Sentí una mezcla de sensaciones que me hicieron recordar aquella larga noche en vela, que me encontró en Miramar y me dejó abstinente de festejar el año nuevo por un año. Fueron dos períodos en uno, que culminó recién con un duelo acabado y muy privado. Tristeza es lo que me da ver que hay quienes no pueden despegarse ni un instante de esa noche. Como dice Walter Benjamín, filósofo alemán de Siglo XIX, la justicia siempre excede al derecho. Esa palabra tan anhelada es un ideal que corresponde a cada uno de manera individual, así como la libertad, que tampoco puede volcarse en leyes, ella siempre es mayor a lo que se puede poner en un papel.

Los ideales tienen eso, son hermosos en nuestra mente y por ser un pensamiento es que se amplifica su hermosura porque justo cuando los queremos poner en práctica se desvanecen sin consultar a su progenitor. Por lo tanto, no se puede pretender cerrar una herida con la justicia, que parece asemejarse a la arena seca imposible de apretar en un puño. No existe veredicto que pueda satisfacer a los familiares y amigos que quieran sanar con él su dolor.

Tengo la convicción de que fue muy importante que se expidiera la justicia en este caso y en un relativo corto plazo. No se si es justa o no la sentencia, no entiendo palabras jurídicas pero puedo comprender que el remedio no está en Tribunales. Entiendo imprescindible que no se repita algo similar, para mí, eso es hacer justicia. Sin embargo a esto lo encuentro aún más difícil que agarrar la arena seca. Teníamos la experiencia de Kehyvis, otro incendio donde murieron 17 chicos en el ´93, y dejamos prescribir la causa.

Algo de intolerancia me generó observar el festejo impúdico de los que hinchaban por la banda musical porque eso fue, una hinchada. Un Boca-River sangriento, dos rivales, uno se ríe y el otro llora y se enviolenta, irracional pero lógicamente –aunque la expresión parezca contradictoria-. Lo mismo me produjo la señal inglesa de dedo mayor hacia los padres de las víctimas de parte de la madre del Pato Fontanet, el cantante. Insisto en mi nulidad para comprender la pertinencia del veredicto pero me provoca mucho rechazo la actitud de la banda luego de Cromañón. No entiendo en qué momento se generó el abismo entre ambos bandos si antes eran uno, ni la soberbia de algunos integrantes de la banda que se enceguece por el brillo del camino a la gloria que pretenden.

Los primeros días que se habló de la sentencia no me movilizó mucho el tema. El segundo tampoco, el día de la sentencia tampoco pero hoy, ya cargada de las repercusiones y sin poder eludir adentrarme en el tema, que en cada grupo que frecuento es comentado, no pude evitar racionalizar una angustia nostálgica por lo que fue aquel día. Y no está mal hacerlo de vez en cuando y con entereza, permitiéndome recordar del mejor modo a aquella persona por la que tanto lloré.

A Sole, a las otras 193 víctimas fatales de Cromañón y a las incalculables personas que lo padecen y sobreviven.



lunes, 10 de agosto de 2009

La naranja mecánica del 2009




El clásico film de Stanley Kubrick de 1972, que representa los intentos conductistas por “enderezar” a los delincuentes, parece tener hoy un significado fundamental cuando se pone en boga la inseguridad social y la delincuencia juvenil. El film parece demostrar que Alex, el protagonista rebelde con intereses de violación y ultra-violencia, es efecto de la misma sociedad, que termina por volverlo loco.


Ya por el 1500 Tomás Moro en Utopía comenzaba a comprender a la delincuencia como un producto social y a ver cuán injusta era la sociedad echando toda la culpa a los ejecutores de la delincuencia y dándoles la pena capital -para ese entonces- cuando es ella también quien los crea. Sin embargo, en el análisis de la delincuencia en el 2008 estos conceptos tan útiles para entender la dinámica social, parecen haber sido dejados de lado.


La novela de Anthony Burgués, publicada en 1962, muestra que todas las acciones sobre o con un hombre producen sus efectos en él. La película lleva necesariamente a entender que los hombres son seres sociales, y como tales, tienen formas de aprehender la realidad, con modos necesariamente subjetivos; estas características son imposibles de modificarse con ecuaciones matemáticas ni soluciones radicales.


A pesar de que el clásico se sitúa en una sociedad industrial, con el auge de la moda sicodélica, el análisis del largometraje puede aplicarse a las sociedades posindustriales contemporáneas porque la delincuencia no disminuyó, por el contrario, la inseguridad es hoy el caballito de batalla de cualquier político.


Entonces, ¿no sería óptimo que los candidatos vieran que las soluciones no pueden ser la construcción de más cárceles o una ley que baje el número de edad para poder mandarlos a prisión? ¿No les daría muchas herramientas ver el clásico de Kubrick?


Hoy, luego de pasar por lapsos crueles de Estados duros, estamos en un momento donde todo vale, y ni siquiera se piensa un modo de entender la cuestión social: el Estado está ausente y muchos optan por la justicia por mano propia. Ya no está el fabuloso debate que instaló La naranja mecánica en nuestras mentes, sólo nos queda de su presencia su ácido sabor.
La foto: Tomada a principio de año en una manifestación que pedía justicia por Mauricio Vega, un pibe de barrio víctima del gatillo fácil de alguien que se excusó en un robo imporbado. La delincuencia parece no tener un sector social que la identifique.